lunes, 28 de abril de 2008

Dante y las habichuelas mágicas


Cuando Dante despertó una mañana de irremediable otoño amarillo no estaba ya en su dormitorio, sino en un sitio desconocido. Cuatro paredes y una ventana. Por allí podía ver a lo lejos una casa celeste con luceritas de colores. Le gustaba esa casa, pero no quería volver. Se quedó de pie un buen rato, quien sabe necesitaba un empujón del azar, y se lanzó de pronto sobre la única ventana de ese cuarto gris. Flotó como una pluma, se sintió liviano y disfrutó de ese vuelo libre, sin mochilas ni miedos ni palabras. Cuánto pesan las palabras a veces, pensó.
Detuvo su viaje al momento de divisar un claro en el paisaje. Estaba cansado de estar cansado, y se quedó dormido en posición fetal evocando a ese calor único al que tantas veces necesitamos volver. Al despertar tenía entre sus manos unas semillas, todas distintas entre ellas, que fueron deslizándose hacia la tierra fértil hasta enterrarse por completo. Dante no podía creer lo que estaba viendo ¡unas semillas aparentemente comunes que se fecundaban solas! Inmediatamente la tierra se abrió en una explosión verde, era un brote de esas semillas autosuficientes que asomaba a la vida. El hombre, testigo de ese instante mágico, se frotó los ojos luego las manos, se cruzó de brazos y se incorporó a la escena para ser parte de lo que sucedía. El brote se hizo tallo y el tallo se hizo hombre, y siguió creciendo hasta llegar a las nubes, desplegando a su paso tremendas hojas que no le permitían ver más allá, ni al tallo ni al hombre. Dante trepó y trepó, jamás vaciló en esa vorágine de crecer y superarse.
Desde lo alto todo lo demás era tan pequeño que este mortal sintió estremecer su pecho, pero no anheló regresar sino seguir escalando. A medida que subía el cielo se iba oscureciendo hasta que el tallo se detuvo, y con él el hombre. Miró alrededor, vio a la luna. Qué blancura extrema, cuánta pureza, pensó. Manoteó sus bolsillos. No tenía más semillas, si las tuviera tampoco tenía tierra para plantarlas. Estaba muy alto ya, y de pronto se sintió solo. Estaba solo.

Arrebatadamente una voz interior, su propia voz magnificada, le cantó al oído
Debes volar, debes volver al nido tibio del atardecer *
Y rompió en llanto, algo que jamás hacía Dante. Sin dudarlo se lanzó al vacío en vuelo libre como cuando atravesó la ventana del cuarto gris. Pensó en muchas cosas, las imágenes de su vida parecían una película rodando interminablemente en su cabeza. ¿Cuánto tiempo había pasado? no lo sabía, estaba desconcertado. En la casa celeste parecía no haber nadie, hasta que pudo sentir latidos alternados. Se le metían adentro por la piel, por los oídos. Siguió llorando, caminó por el corredor, encontró un diario, “12 de abril de 2016”. Habían pasado más de diez años de ese vuelo enérgico que le cambió la vida para siempre. Se sentó en su jardín, la tierra estaba seca. Manoteó sus bolsillos, no encontró más que pelusas y monedas de mínimo valor. En el ocaso de su tiempo, el hombre tuvo frío. Se recostó en posición fetal, y se dispuso a soñar. Una vez más.
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* "Paloma y laurel" de Huerque Mapu
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2 comentarios:

ana. dijo...

Me parece verte, Paulita por esos días del 2007. Apenas descubriéndote...primero tus ojos y en ellos tu alma, transparente y hermosa. Este texto siempre me pareció precioso. Estás vos, ahí.
ana.

Paula Mariposa dijo...

Gracias amiga.

Habrás notado ciertas alteraciones, cómo llamarlas, de identidad quizás, por razones obvias, ejem.

Besos!!!