viernes, 25 de abril de 2008

Rojo esperanza


Apuraron el café cuando vieron la hora en el reloj del bar. Ella se rió del nudo de su corbata. Él se burló de sus canas que denunciaban un mes, al menos, sin peluquería. Ella le retrucó que las suyas eran peores, porque lo cubrían por completo. El mozo llegó con la cuenta y les cobró. Se tomaron de la mano y asintieron: había llegado el momento.
Afuera llovía. Miraron el cielo, se abrazaron y se aventuraron a una corrida fugaz hacia el edificio de la vereda de enfrente. ¡Qué nerviosos estaban! Cuando llegaron al piso 10 una joven mujer los recibió sonriente. El departamento se veía frío, apagado, pero la alegría de esta muchacha iluminaba los pasillos y las paredes. Mientras los hacía pasar les preguntó sus nombres y sus edades, ella aclaró “venimos por Carlitos”, “sí, sí, recuerdo cuando hablamos por teléfono” le respondió la joven mientras cargaba la información en su computadora. Cuando terminó condujo a ambos hacia un corredor que daba a una puerta angosta. Detrás de esa puerta los esperaba otra mujer, con grandiosa sonrisa también. Tomaron asiento y esperaron.
Él seguía nervioso, siendo fiel a su temple; ella también estaba nerviosa pero se dispuso a protegerlo, y por eso eligió ser la primera. La mujer le tomó la mano derecha y sin titubeos le pinchó la yema de su dedo índice. No le dolió, en cambio sintió frío, pero no dolor. Cuando le tocó a él fue distinto: el pinchazo lo hizo saltar de la silla. Ella largó una carcajada imprevista, y él se sintió avergonzado, pero se rió también. La sala había tomado otro color. Contagiadas, las jóvenes echaron a reír mientras los acompañaban a la puerta de salida.
Afuera ya no llovía pero se había hecho repentinamente de noche. Ella le acarició el rostro a su hermano, y lo miró emocionada. Él le respondió abrazándola muchos minutos. En ese calor revivió un pasado que ambos llevaban en el alma como un gran tesoro. No eran dos en el abrazo, sino cuatro.

Cuatro hermanos. 30 años. Un grupo de antropólogos forenses. Un banco de datos genéticos. Lucha, memoria, verdad y justicia.
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Dedicado a mi mamá, quien inspiró este relato.
A Flavia y a Lore, que buscan a su hermano/hermana.
Y a Victoria, Marcelo y Laura/Carla,
para que unan por fin sus almas
en la hermandad que merecen.
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