martes, 29 de abril de 2008

La tierra nunca olvida


Los vientos fuertes de agosto la habían llevado a pasear por sendos paisajes, pero la semilla no se decidía. Hasta que la urgencia intensa de su ser la detuvo allí mismo, en aquel claro del prado que siempre había imaginado en sueños. Así terminó su viaje, pero de inmediato y sin vacilar empezaba otro. Un viaje interior, que le dicen.
Se cubrió de tierra fértil, tierra que la esperaba. Y se durmió entre susurros de la madre naturaleza. No pasó mucho tiempo hasta que se enamoró de las caricias que la abrigaban, y sintió crecer por dentro. De pronto su corazón le explotaba en cada latido, y echó raíces como quien busca arraigarse, pertenecer. Al tiempo un brote verde como la primavera misma emergió rompiendo la corteza de su cuerpo, ahora vulnerable.
Semanas después, bajo la atmósfera propicia, raíces adventicias treparon por la superficie y se abrazaron al suelo que las había parido. Se llenaron de hojas que parecían sonreírle al sol y a su luz ser por fin libres.
La semilla quedó en la tierra, sumergida, ya no siendo semilla sino cáscara que había estallado para dar vida. Sin la tierra acompañándola semejante acontecimiento jamás hubiese sido posible.
La tierra había soñado a la semilla mucho tiempo antes de que los vientos de agosto volaran por el cielo los latidos de la vida. La tierra palpitó el destino en un abrazo recurrente, y esos brotes dieron más semillas para ofrendar a quien cobijó el futuro en la oscuridad, porque “la tierra nunca olvida que el árbol es su primer pensamiento" *.


* de la canción "Cuando los ángeles viajan"
de León Gieco.
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A los pocos días de escribir ésto,
quedé embarazada de Luna.
Pequeño brote de amor.

lunes, 28 de abril de 2008

Dante y las habichuelas mágicas


Cuando Dante despertó una mañana de irremediable otoño amarillo no estaba ya en su dormitorio, sino en un sitio desconocido. Cuatro paredes y una ventana. Por allí podía ver a lo lejos una casa celeste con luceritas de colores. Le gustaba esa casa, pero no quería volver. Se quedó de pie un buen rato, quien sabe necesitaba un empujón del azar, y se lanzó de pronto sobre la única ventana de ese cuarto gris. Flotó como una pluma, se sintió liviano y disfrutó de ese vuelo libre, sin mochilas ni miedos ni palabras. Cuánto pesan las palabras a veces, pensó.
Detuvo su viaje al momento de divisar un claro en el paisaje. Estaba cansado de estar cansado, y se quedó dormido en posición fetal evocando a ese calor único al que tantas veces necesitamos volver. Al despertar tenía entre sus manos unas semillas, todas distintas entre ellas, que fueron deslizándose hacia la tierra fértil hasta enterrarse por completo. Dante no podía creer lo que estaba viendo ¡unas semillas aparentemente comunes que se fecundaban solas! Inmediatamente la tierra se abrió en una explosión verde, era un brote de esas semillas autosuficientes que asomaba a la vida. El hombre, testigo de ese instante mágico, se frotó los ojos luego las manos, se cruzó de brazos y se incorporó a la escena para ser parte de lo que sucedía. El brote se hizo tallo y el tallo se hizo hombre, y siguió creciendo hasta llegar a las nubes, desplegando a su paso tremendas hojas que no le permitían ver más allá, ni al tallo ni al hombre. Dante trepó y trepó, jamás vaciló en esa vorágine de crecer y superarse.
Desde lo alto todo lo demás era tan pequeño que este mortal sintió estremecer su pecho, pero no anheló regresar sino seguir escalando. A medida que subía el cielo se iba oscureciendo hasta que el tallo se detuvo, y con él el hombre. Miró alrededor, vio a la luna. Qué blancura extrema, cuánta pureza, pensó. Manoteó sus bolsillos. No tenía más semillas, si las tuviera tampoco tenía tierra para plantarlas. Estaba muy alto ya, y de pronto se sintió solo. Estaba solo.

Arrebatadamente una voz interior, su propia voz magnificada, le cantó al oído
Debes volar, debes volver al nido tibio del atardecer *
Y rompió en llanto, algo que jamás hacía Dante. Sin dudarlo se lanzó al vacío en vuelo libre como cuando atravesó la ventana del cuarto gris. Pensó en muchas cosas, las imágenes de su vida parecían una película rodando interminablemente en su cabeza. ¿Cuánto tiempo había pasado? no lo sabía, estaba desconcertado. En la casa celeste parecía no haber nadie, hasta que pudo sentir latidos alternados. Se le metían adentro por la piel, por los oídos. Siguió llorando, caminó por el corredor, encontró un diario, “12 de abril de 2016”. Habían pasado más de diez años de ese vuelo enérgico que le cambió la vida para siempre. Se sentó en su jardín, la tierra estaba seca. Manoteó sus bolsillos, no encontró más que pelusas y monedas de mínimo valor. En el ocaso de su tiempo, el hombre tuvo frío. Se recostó en posición fetal, y se dispuso a soñar. Una vez más.
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* "Paloma y laurel" de Huerque Mapu
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viernes, 25 de abril de 2008

Otoñal


Llueven hojas


mártires del viento


tristes ausentes


ámbar trémulo


de los días que no llegan


siéntate a mi lado


y no digas nada


empapémonos de tiempo


en otoño.

Rojo esperanza


Apuraron el café cuando vieron la hora en el reloj del bar. Ella se rió del nudo de su corbata. Él se burló de sus canas que denunciaban un mes, al menos, sin peluquería. Ella le retrucó que las suyas eran peores, porque lo cubrían por completo. El mozo llegó con la cuenta y les cobró. Se tomaron de la mano y asintieron: había llegado el momento.
Afuera llovía. Miraron el cielo, se abrazaron y se aventuraron a una corrida fugaz hacia el edificio de la vereda de enfrente. ¡Qué nerviosos estaban! Cuando llegaron al piso 10 una joven mujer los recibió sonriente. El departamento se veía frío, apagado, pero la alegría de esta muchacha iluminaba los pasillos y las paredes. Mientras los hacía pasar les preguntó sus nombres y sus edades, ella aclaró “venimos por Carlitos”, “sí, sí, recuerdo cuando hablamos por teléfono” le respondió la joven mientras cargaba la información en su computadora. Cuando terminó condujo a ambos hacia un corredor que daba a una puerta angosta. Detrás de esa puerta los esperaba otra mujer, con grandiosa sonrisa también. Tomaron asiento y esperaron.
Él seguía nervioso, siendo fiel a su temple; ella también estaba nerviosa pero se dispuso a protegerlo, y por eso eligió ser la primera. La mujer le tomó la mano derecha y sin titubeos le pinchó la yema de su dedo índice. No le dolió, en cambio sintió frío, pero no dolor. Cuando le tocó a él fue distinto: el pinchazo lo hizo saltar de la silla. Ella largó una carcajada imprevista, y él se sintió avergonzado, pero se rió también. La sala había tomado otro color. Contagiadas, las jóvenes echaron a reír mientras los acompañaban a la puerta de salida.
Afuera ya no llovía pero se había hecho repentinamente de noche. Ella le acarició el rostro a su hermano, y lo miró emocionada. Él le respondió abrazándola muchos minutos. En ese calor revivió un pasado que ambos llevaban en el alma como un gran tesoro. No eran dos en el abrazo, sino cuatro.

Cuatro hermanos. 30 años. Un grupo de antropólogos forenses. Un banco de datos genéticos. Lucha, memoria, verdad y justicia.
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Dedicado a mi mamá, quien inspiró este relato.
A Flavia y a Lore, que buscan a su hermano/hermana.
Y a Victoria, Marcelo y Laura/Carla,
para que unan por fin sus almas
en la hermandad que merecen.
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jueves, 24 de abril de 2008


Otra vez esa sensación


Mastico tu sueño

lo tengo en la almohada

te tengo a vos

compartimos las sábanas

me gustan así, revueltas

como tu pelo en la mañana.


Quimera azul viento limpio

permanece libre

como un revoloteo

en mi vientre

así, otra vez...

otra vez esa sensación.